El Teorema de los sueños
Quise ver quién traía esa música, sin embargo nunca lo descubrí. Iba aún en el primer tren y me faltaba dos más para llegar a NJ, Hoboken Terminal. La sensaciones y la velocidad mezcladas copulando dentro mío. El vagón estaba repleto de gente y era imposible enterarse de aquello. Bajé en la 34 St hacia el Path que va a NJ, mientras caminaba buscando la salida para hacer la conexión, pensé en la laxitud del tiempo y en la historia de Turandot; del cual trata ésta ópera de Puccini. La proclama de la princesa Turandot de que nadie duerma hasta encontrar el nombre del príncipe desconocido, quién lanzó el desafío de que si su nombre no es descubierto, la princesa se casará con él. Calaf canta explicando con certeza que la búsqueda será en vano. Vino a mi mente un dilema sobre velocidad y laxitud, no de manera dialéctica más bien como un dilema temporal frente a las circunstancias. Sobre la imposibilidad del olvido ante el recuerdo. La necesidad de la certeza en el devenir para cada uno de nosotros, sea mañana o dentro de un mes o años.
Al bajar del segundo tren llegando a NJ, se me vino a la mente un poeta que vivió parte de su vida en Nueva York. Que sintió la música en su poesía y la hizo vibrar de distinta manera en sus versos. Poeta en Nueva York y Poema del cante Jondo de Federico García Lorca, dos libros tan distintos compuestos por la misma mano. Obligando a mi memoria, mirando el mar del muelle de Hoboken a recordarlos, escrutando en cada una de mis neuronas sus versos perdidos en mis recuerdos. Dos poemas vinieron a mi mente el poema sobre la muerte en “tres ciudades” y la ciudad y la muerte en “Calles y sueños”. Dos perspectivas distintas de la vida escritos en momentos diferentes. Sentía el aire golpear mi rostro con fuerza como si quisiera arrancármelo y tirarlo al mar. La lluvia me cubría completamente, implacable como son todos los otoños. Generaba en mi una ansiedad a la retrospección, ese recuerdo que queda flotante y que sólo lo revisamos en las lluvias, a través de la música o frente al mar. Era imposible alejarme de mis pensamientos frente a estos tres elementos.
Nadie duerma en el sueño, aunque parezca contradictorio es lo que queremos todos, para sentir la caducidad del tiempo como va aflorando dentro nuestro y nos embriaga; nos lleva a flotar sobre nuestros deseos y perpetuidades. Por ello, esa velocidad era necesaria para acelerar mis ansias y laxar un poco el olvido. El aire seco te besa y sientes que tus labios se hinchan con su acercamiento, puedes cerrar los ojos e imaginar cualquier sueño y producirlo en un minuto. Por fin, llegó el tercer tren, estaba extenuada y sonreía, sentía placer de haber vencido al olvido. Y pude figurar algo más extraño en mi mente, el deseo de ver una vieja película frente al calor de una estufa, cubierta de mantas mirando la ventana. Esas películas de corte comedia romántica de la cual no soy adepta, pero que a veces me escondo a verlas. Con Nessum Dorma y el recuerdo me vino la nostalgia de The mirror have two faces realmente una film muy viejo con un final espectacular que bien valen las películas de ese corte, las pocas aceptables según yo. La mujer del costado me observó toda la ruta, posiblemente era mi sonrisa evocando la sorpresa de volverla ver sentada al viento con el calor de alguien muy especial.
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