26.7.11

Episodio


Desde el ojo de la cerradura vio impasible como le despedazaban la piel con violencia. Corrió hacia la ventana y trató de escapar pero notó que estaban herméticas soldadas por fuera.  Buscó un lugar donde apretujarse y quedarse hasta que se fueran. No había línea y parecía como si estuviera en una estación remota. Intentó fundirse entre las columnas que daban a la puerta, pero temía ser hallado por alguien. La rompieron una y otra vez y él no podía hacer nada para detenerlos. Quería escapar, llegar al centro, pero fue imposible. Ella dejó de existir. Ahora estaba solo.


Cortó su cuerpo atado a las barras del ventanal, cercenó cada parte de su imagen, para que no lo hallaran detrás de la puerta. A lo lejos, vio una patrulla y los llamó a gritos. Pero ellos siguieron su ruta. Y las cosas se estiraban mientras él se quedaba aprisionado entre las hojas del libro sin poder nunca más salir.
*Les dejo este microrelato que es parte de un grupo que se está formando de la misma temática.







Gracias porque siempre comparten conmigo.




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19.7.11

Intrusión

Que los dioses emerjan del cincel que ordena la piedra y recurran al sacrificio, podría ser una frase enigmática, al final sólo es el encargo de una tribu. Y los dioses sólo reflejan el karma, ya establecido en el cosmos y organizan esa energía invisible que emana en el tiempo, debido al comportamiento de la personas. Podría ser una concatenación de ideas, la sucesión de hechos encadenados uno tras otro, que dependen de un surco estigmático que deniega nuestras circunstancias abyectas o inimaginables a la orden de una mínima especificidad.
El aire sacudió las cortinas y las elevó de tal manera que semejaba un dosel. A la sombra toda forma es un ente. Ella escuchó su nombre y al voltear sonó un ruido chirriante que le cruzó el occipital y terminó atravesando la pared a una velocidad que se mezcló entre danzas y festines que a lo lejos daban los jíbaros* que ella tanto apoyó con sus curaciones y estramonios. La noche caía de bruces y él supo que podría extender su universo y sonrío. Por unos segundos la observó y sintió una jaqueca que le perforó el cerebro y un dolor de oído extremo.
Cuando llegó a Lima sentía una migraña ensordecedora que lo empujó a visitar a un par de médicos. Seres que nunca pensó indispensables, sin embargo, allí estaba esperándolos. Se hizo un par de análisis y después de comprar sus medicamentos se retiró a descansar. Sabía que en un lugar tan alejado de la amazonia, jamás llegaría ni por un ápice a ser descubierto. Así que dio por sentado y hecho que era dueño de todo. Y así pasaron los días y ninguna noticia, hasta que lo llamaron y le avisaron que su esposa había fallecido a causa del disparo perdido de un cazador.
De repente, un halo helado golpeó su cuerpo y se estremeció, estaba sudando frío. Así que inmediatamente llamó al hospital. Al abrir los ojos le avisaron que acababan de hacerle una operación de emergencia, que había tenido un tipo de parásito similar al tamaño de la pulga dentro de su oído. Él sintió alivio y preguntó si podrían darle de alta en el hospital, ya que tenía que viajar prontamente al extranjero. El doctor le dijo que llevaba tres días inconsciente y que habían hecho algunos estudios sobre el insecto y que era hembra. Y que dicho parásito se reproducía cada doce horas y que daba alrededor de cincuenta huevos.
A la semana, se escuchaban los ritos finales, todos se aglomeraron alrededor de la encomienda, abrieron la caja y allí estaba la cabeza, la mantuvieron sumergida en el agua durante 15 minutos ya que si lo pusieran más tiempo pudiera ablandarse demasiado. La sacaron del agua y ya era la mitad del tamaño original. Rasparon la piel por dentro para sacar los últimos restos de carne y cosieron boca y ojos. Y lo pusieron en exhibición como trofeo. **
Por otro lado, dice la historia de los jíbaros que los bien amados son llevados al pie del cielo, y para ello deben subir muy alto para dejar sus restos como ofrenda. Los brujos soplan sobre la figura para enfriar el cuerpo, para darle nuevamente la vida y extender sus restos sobre la tierra. Y así ella fue llevada entre cantos y furias por el altar de los dioses emergentes del alma.


* Los shuar (también llamados jíbaros) son el pueblo amazónico más numeroso. Habitan entre las selvas del Ecuador y Perú. Los conquistadores españoles les dieron el nombre de jíbaros.
** Los jíbaros cuando ganaban una batalla reducían las  cabezas de sus enemigos.




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14.7.11

SIGILO

"La borró de la fotografía de su vida no porque no la hubiese amado,
sino precisamente, porque la quiso.”   Milan Kundera (El libro de la risa y el olvido)


Este texto está dedicado a
mis amigos
Diana, Gabriela, Julio, Morgana,
Estrella, Emma, María Luisa,
Yure Guillén y Gargola.


Le pegaron casi hasta matarlo, cada golpe era el recuerdo de cada calle, avenida, esquina donde él la beso. Cada recuerdo era un dolor más, sobre su cuerpo macerado de un alma partida en dos. Un alma que se había vuelto una contradicción y que gritaba delirante ante la locura. Al voltearse se encontró cercado y supo en ese instante que no había salida.

Se sentía el intenso aroma desde la vereda. A pesar del vaho penetrante de la calle, podía atisbar la piel que se deslizaba a través de la ventana, entre los barrotes oxidados y los vidrios sucios. A oscuras, la casa brindaba el silencio de esos viejos solares resquebrajados por el tiempo. Ese recuerdo de algo que jamás podría quitar de su memoria. Atravesó el corredor que daba al vértice de la calle, sin quitar los ojos de la ventana, esperando cualquier indicio de existencia. Encendió un cigarrillo ante el desvelo de esa noche y se acopló al grupo de la tienda, esperando un vistazo desde la abertura del segundo piso.

La reja entreabierta daba una invitación al solar, las luces revoloteaban desde el fondo; inquietándolo a penetrar directamente por los estrechos pasadizos que daban al apartamento. Pero sabía que si entraba se perdería, no era fácil deshacerse de ese embrujo extraño que lo estaba atrayendo hace un par de meses. Sabía que era cuestión de tiempo que sus aliados de jolgorio, descubrirían sus entuertos y estaría perpetrado para siempre en la cárcel justiciera de los hombres verticales.

La vio al cruzar la calle de la estación del tren, podría ser casualidad que esa noche saliera tarde de trabajar. Supo que al seguirla cambiaría su rumbo vital. Y ese día sentía hambre de sueños. No era el momento de amilanarse ante los detalles y se lanzó al encuentro de ella, sin saber a dónde iba ni por qué. Se encontraban en la misma línea del tren, a lo lejos la máquina venía y pudo oler su agitación al sentir la velocidad que raspaba su halo cercano y escudriñar cada cabello ante la fuerza de la máquina.

Respiraba de tal modo que sus pechos se elevaban ante la mirada de cualquier hombre que estuviese cerca, no importaba a que estipendio pertenecieran, unos eran por deseo y otros por escarnio encubierto. Pero estaban examinándola siempre por ese ángulo externo del ojo.  Podía haber sido ese día, cuando se quedó clavado en un punto que se estiró hasta ser una sonrisa; al levantar la vista se encontró con unos ojos que se achinaron sutilmente al encontrarse con los suyos. Volteó el rostro de tal modo que pudiera soslayar sin ser sorprendido. De vez en cuando despegaba la vista del diario para captar cada acción desarrollada por ella. Al llegar al paradero final, él se acercó, cuando de manera repentina ella giró y le pidió su diario. Él se quedó en estado catatónico, ella se lo arrebató y revisó la parte C; levantó  las cejas y se arrojó encima de él con tal fuerza que lo hizo trastabillar y despertar de su letargo. Ella lo cogió del brazo y lo llevó casi a jalones por las escaleras que daban a la calle.  El vaho del viento les congelaba el rostro, de tal manera que parecía impulsarlos uno contra el otro al avanzar cada paso. Sin hablar se refugiaron en un cafecito oscuro. Nadie lo había avasallado de tal manera; extraviado  por el aroma de una mujer desconocida.

Se sentó en un banco, que le dejase ver directamente la ventana, esperando que ella saliera a otear por el marco de la vidriera, pero no salió. La pregunta era que esperaba realmente al verla en ese momento. No podía hablar con nadie al respecto. Qué podrían entender de sus deseos más perpetuos.  Un  golpe de oreja lo hizo voltear hacia atrás: “¿Qué miras con tanta insistencia, no sabes que allí vive la Lilít?”, no lo negó, sólo cambio el rumbo de su mirada y empezó una conversación sobre nada y todo lo necesario para reirse un buen rato sin motivo alguno. No era casualidad ese momento, todos juntos en la misma ciudad. Una ciudad expectante, marcada por el recuerdo de los que quieren olvidar, y el frío te destroza el alma, te marchita el corazón y te endurece. Pero Lilít  mostraba esas carcajadas crujientes nunca impostoras. Él supo desde esa tarde que la vio subir al tren que quedaría atrapado en su memoria. Cuando ellos por fin decidieron partir, el dobló la cuadra; un par de bromas, un cigarrillo por allá y un hasta mañana. Cuando ya estaba a media hora de la despedida, regresó por la espalda del solar y subió por la escalera de atrás, trepando por el alfeízar  apoyandose en la cornisa.

Hasta que sintió una mano que lo jalaba hacia adentro, al penetrar a la habitación sintió su aroma que flotaba en el ambiente que lo rodeaba paralelo a un efluvio incandescente. Sintió el temblor ante la humedad de su cuerpo, quería morder la pared para no tocarla, podía escuchar sus latidos rozando su pecho, frotándose, cerró lo ojos para aspirar la humedad de sus labios y sus manos delinearon su cuerpo, dónde su risa estalló cual rugido invadiéndolo todo. Era innegable que la soledad tiene sus bemoles en lo evidente, no obstante, quería cerrar los ojos y creer lo que quisiera con sólo sentirla. Quería ser transportado a ese efímero contraste entre lo étereo y lo absoluto. Pero eso era imposible, la realidad estaba frente a él; en las risas de sus amigos y ese pensamiento lo absorbía como una inyección letal.
Por eso cada golpe, era recuerdo de cada mirada, una sonrisa abierta, un antojo y una espera frente a la ventana. Sentía morir por la rabia de no poder gritar la ignominia, el desarraigo y incomprensión de sus amigos. La evidencia de ser vulnerable ante lo irreversible. Lo funesto del dolor interno que te embarga hasta la asfixia y ya no sangras. Cuando ellos lo cercaron sabía que algo iba ocurrir; esas risas maliciosas, sus manos y el hedor que desprendían cada uno de ellos. Podía ver su cuerpo desde arriba, insoportable y apestado por otros, inerte como cuando ella se le avalanzó por primera vez a los brazos, cuando se reía a carcajadas y descubrió que eran lo mismo y se amaron.
Cerró los ojos y no supo más.




Asimismo le dejo también un premio a su talento
Diana,Julio,Gabriela, Emma, Estrella, MaríaLuisa (mamamia),
Merché M, Yurena G, Morgana, Gargola.

Gracias a mis amigos que me apoyaron apenas entré a la red, 
y a mi nueva amiga Merché Marín (por darme el blog de Oro).
Y a mis amigos de la red que fueron a la presentación: David Cotos, Fanny Jem, Ludobit, Pierrot, abatido por las estrellas y Esteban Boz. Gracias por acompañarme esa noche
Les dejo un premio a mi estilo :) muy personal.
Hay tanta gente maravillosa, besos
Esto es para ustedes, les doy dos modelos para que se lleven el que más les gusta :)

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6.7.11

Agorafobia


Nunca supo que decir a los demás. La desconfianza se convirtió en desesperación y eso fue minando su espíritu que se volvió en una sarta de odio y rencor.  Ignorando la crueldad floreció con amargura  que acabó convirtiéndolo en lo que más repudió.
A lo lejos escuchaba el sonido de las embarcaciones que cruzaban bordeando la bahía, podía recrearlas en su mente una y otra vez como móviles espectros. Percibir el rojo que brotaba del cielo, lo empujaba a retirarse lánguido ante la luz. Sin embargo, juntos podíamos penetrar entre las oscuridades y  acercarnos a través de la ventana para ver una y otra vez los barcos alejarse.
Permanecía impasible ante la ventana, ajeno al ruido de su alrededor. Y casi con sigilo me acercaba a su lado, para decirle que podía salir al muelle a ver el mar. Por momentos, creía que era sordo porque no respondía a nada de mis preguntas. Solos hasta oscurecer veíamos caer la tarde por la ventana. Así fueron los días, meses y años. Las cartas dejaron de llegar y sólo el mensajero de vez en cuando llegaba con algún recado. Hasta que vio algo en el paisaje que lo incitó a ir hacia la puerta. Cuando llegó, se quedó inmóvil, estupefacto, se inclinó y se fue resbalando por la orilla de la puerta tratando de llegar al pasadizo, “vamos avanza” le gritaba. El estaba entre la puerta y el pasadizo, impávido casi catatónico “no puedo” decía. “¿Me oyes, me oyes no es cierto?” le grité más fuerte. El comenzó a golpearse la cabeza con las manos, “cállate, no debo escucharte más”. Y se quedó sentado al pie de la puerta, viendo ondularse los pasadizos, hasta  sentir el infinito miedo de salir de ahí.


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