20.4.09

De la permanencia del tiempo

Mirar un punto fijo al bordear el sistema, lejos desde mi ventana, en lo más alto puedo creer que tengo alas y volaré hasta desaparecer como un pliegue del cielo. Quisiera estar cerca de mis calles y mis amigos, la lejanía de lo que se ama tiene bordes de locura del eterno retorno, sonará a lugar común ciertas frases pero hoy siento que todo retorna a lo mismo.
Hace unas semanas recorrí el Ferry, con ruta hacia Staten Island, muchos me habían comentado que es el lugar más aburrido de Nueva York. Se trata de una pequeña isleta que se conecta a Manhattan a través de la bahía de NY. Antes solía llamarse Richmond pero a partir de 1975, el
Ayuntamiento decidió cambiar el nombre del distrito a Staten Island. Deseaba cambiar mis rutas siempre giradas alrededor de la manzana y salir a tomar un poco de aire puro fuera de la ciudad, que me cambiara los ánimos y me llevara a contemplar nuevos paisajes. El viaje fue hermoso y confortable en un Ferry gratuito que sale cada hora, cerca a Battery Place un lugar muy poético. De allí uno puede observar la estatua de un ángulo distinto, más de perfil como si se despidiera de uno. Uno de mis motivos fue visitar el Museo Zen de NY, un museo pequeñito y según muchos el segundo más importante después que el Museo Zen del Tibet, al cual puedes llegar después de un largo trayecto. Al llegar a la isla uno toma el bus y de allí uno camina cuesta arriba unos cuantos kilómetros hasta llegar a la cima donde está el museo. Cuando llegué sentí ese aire que te vincula con el tiempo, ese soplido que te toca la nuca como si te hablaran muy cerca.
Toda esta historia puede ser el inicio de un recuerdo. De esos momentos que tenemos como especie de flash dentro de nuestros cerebros y que se abren como la abertura de una cámara fotográfica. Y que debemos cortar para tomar en cuenta nuestra propia existencia y ponerla frente a la realidad. La insistencia del cuerpo que quiere permanecer y está latiendo indestructible ante lo vulnerable. Que se vuelve como bien dijo una buena amiga, sordomudo.
Cuerpos sin voz, sin nada que decir, todos tenemos algo que decir sea como sea siempre buscamos un medio para decir algo a los demás. Así llegué a la 11 de Fulton St. Después de haber recorridos un par de veces sus calles, para por fin decidirme a entrar a ver la exhibición de Bodies. Increíble y fascinante: no hay más palabras para explicar lo asombrosa que es esta exhibición. Uno va penetrando a cada sala y se va sorprendiendo de todo lo que tenemos dentro; somos como un mecanismo que fluye para existir y que podría ser desconectado por un segundo a través del hipocampo, parte de nuestro sistema límbico que constituye un mecanismo armónico que es capaz de elaborar funciones como la expresión emocional y la emoción central. Si este fallara perderíamos la memoria y todos nuestros recuerdos y parte de nuestro sentir. El hipocampo es tan pequeño y está dentro de nuestro cerebro. La sala que más me dejó perpleja fue el sistema nervioso, que gobierna casi todos nuestros sistemas paralelos. Me faltaría papel para decir lo que sentí al ver todo eso. Sin embargo, también me pregunté quienes son esos seres humanos que están frente a mi, desposeídos de su interioridad y exhibidos como parte de un sistema de aprendizaje y me puse a pensar que los seres humanos a parte de maravillosos somos siniestros. Al salir me dirigí a seaport donde esta el puerto donde el viento me devolvió el respiro otra vez.
Esta exhibición de cuerpos reales mostrados con cinismo ante miles de miradas diariamente. Me llevaron a un recuerdo de hace un par de semanas, cuando regresaba de Hoboken NJ de visitar a alguien, eran las 2 de la madrugada y sentía mucho frío. Después de dos trenes, ya me iba por el tercero. Cuando llegó por fin el último tren y subí pero después de dos paraderos paró y comenzó la demora nuevamente. Escuchaba muchas voces, alguien se encontraba tirado en el piso del tren, el olor era muy fuerte y parecía tener como un par de horas y nadie lo había notado hasta que sentimos el olor. Ese olor que arroja el alma cuando se aleja. Es el mismo olor que podría tener la decepción y la desidia si tuvieran un aroma. Que está amortajado como un suave blues inolvidable, en una suave voz a lo lejos, casi perdida entre los ruidos de lo común e inexorable; que guarda el corazón del hombre frente a miles de cuerpos que a veces no comprende.


Las fotografías fueron tomadas por mi cámara, la que está de espaldas en la primera foto soy yo

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