17.4.11

Doblez

 Para Irma Cedeño, por nuestras calles

Recorrer los cuerpos en las calles, los centros, por sí misma frente al espejo, en la perplejidad del ser humano y en la ironía al buscar la perfección imprecisa. Lo obsceno que puede ser un cuerpo inerte en su lúbrica impunidad.

Miras el diario y pasas las páginas una por una y te detienes casi por casualidad en un aviso que parece dirigido a ti. Lo lees con sigilo, medio abstraído pensando en miles de cosas que debes hacer en el día. Sin embargo, la noticia te detiene, impulsándote a buscar en las páginas amarillas una dirección. De repente te encuentras sumergido en una ruta extraña que te conduce a un lugar.
Sientes un estremecimiento como si los caminos te llevaran por sí solos. Tocas la puerta pero nadie sale. Sólo está la portera, a la cual preguntas por lo sucedido, ella responde que la policía ya se ha llevado el cadáver. Repentinamente anota que tiene las llaves, y antes que termine de hablar le entregas 50 soles. Sin hablar te abre la puerta y  entras. Tomas un par de fotografías y te asomas a la ventana, por la cual puedes ver una pequeña fosforescente botica de turno. Levantas la vista y reconoces un libro Los Cantos de Maldoror, con extrañeza adivinas que le falta la última página y que está machado de café en la página veinte antes de abrirlo. Aspiras el perfume y notas un par de libretas con apuntes, un lápiz mordido junto a una fotografía e inmediatamente miras tu dedo índice que tiene una leve protuberancia. Reparas una hoja puesta en la impresora ya la vas a tomar, cuando la policía llega y te pide que te retires. Les preguntas quién era y te dicen que no tenía rostro.
Al bajar vislumbras tu imagen en los escaparates y puedes desdibujar algunas facciones entre las curvaturas de las vidrieras. Ajena casi equidistante tu perfil se desdobla repartido entre tres paredes transparentes. Miras tu viejo reloj y notas que no funciona. Sigues caminando y al llegar a la esquina encuentras una breve bifurcación, no obstante sabes que vía seguir. Miras tus manos y observas un anillo de piedra verde, sientes rasgar la noche en tu piel. Y apuras la ruta hacia tu casa. Tomas un taxi y buscas la libreta que has tomado a espaldas de los policías. Lees una pancarta en la ruta, la masa de los cuerpos curva el espacio-tiempo. Antes de entrar ves que son las 6 de la tarde, entras a tu apartamento y notas que el café se  ha derramado encima del libro que has estado leyendo la noche anterior. Lo levantas lo limpias y buscas desesperada la última página. Buscas la foto en tu impermeable, cotejas tu rostro en el espejo y antes que pudieras voltear suena un silbido de una descarga.
(le dedico con cariño este texto a Yurena Guillén, gran escritora y amiga)

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2.4.11

Inocencia interrumpida

 
A veces la noche cubre lo más terrible del ser humano pero no la ignominia. Podríamos  sentarnos a cavilar sobre las diversas variedades de seres que circundan las calles y respiran el oxígeno de nuestro planeta.
Eran las once de la noche, se escuchaba a los lejos el ruido de algunas conversaciones y el traqueteo de los carros que corrían a velocidad por la avenida Aviación. Tratando de cortar camino, me hallé perdida entre ciertas callecitas que circundaban de forma paralela a la construcción del Metro. Lima no es una ciudad donde uno pueda perderse fácilmente pero a veces tiene ese aire huraño medio obstinado y muchos creen que tiene ojos las esquinas. Al llegar a la dirección predestinada, sólo atiné a tocar la puerta.
Los niños son los seres más indefensos de este mundo y por ende deben ser protegidos, sin embargo, existen oscuros halcones alados que se los llevan volando a sitios perdidos para convertirlos en parte de su convite o desaparecerlos. No es fácil investigar casos sobre niños y ver de cerca el terror de sus ojos o una ironía en su sonrisa porque fueron traicionados. RC fue hallado después de cinco días, medio desnudo, con los ojos perdidos sin nada que decir. Que le podía preguntar sobre el origen del viento en esa tarde  o si las esquinas fueron testigos de su ultraje.
A través de la ventana del taxi, podía escuchar la lluvia dando leves golpecitos en mi cara sin tocarla, mientras revisaba mi libreta y unía cabos. Tres casos  muy seguidos últimamente que llevan el mismo patrón,  urgir en un universo abyecto donde sólo existe la malicia.  Cuando estuve frente a RC le pregunté si le gustaban los dinosaurios y me comenzó a explicar sobre cada uno de ellos y así lo escuché durante media hora hasta que se fue a dormir. Cuando llegué para dar mi informe sobre el tema, se molestaron conmigo por no haber sacado los datos necesarios para ese reporte.
Ahora que miro mis teclas y escribo esta historia,  me hace recordar a otra niña  - que pasó lo mismo - en Nueva York,  a la cual llamaré Brunella.  La recuerdo furtiva debajo de la mesa, acurrucada en una esquina preguntándose por qué le pasó aquello.  Mientras su madre discutía con la policía, mientras entre las sombras todo es tan claro. Todos la llamaban y  al encontrarla era tan pequeña, me metí junto con ella debajo de la mesa y le leí un cuento de Hans Wilhelm  I´ll always love you.  Porque uno debe escucharlos en su silencio para cuando estén listos para llorar.

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