18.3.12

Vacuidad

Los extremos son variantes de nuestras posiciones y se unifican a veces sin querer.  m.z

Las ventanas son los ojos de la ciudad parecen tablones doblados al cruzar. Lima guarda espacios entre las calles, desgastadas que se agrietan entre los zapatos.  La oscuridad al amanecer se sumerge intrépida asustada como la doblez de tu boca cuando sonríes. Las cuadras te han cogido irremediablemente a solas, te han dejado pensar en recuerdos que acabas de sepultar en la irreverente suciedad de la plaza y escuchas las mentiras. Son casi gomas cuajadas en sintonía en tu lengua.


El aire crece caliente en este verano ácido extravagante, caíste y viste claramente todo lo que querías ver.  El puente se hacía cada vez más largo entre tus piernas, no era fácil doblegar al universo entre las mareas de manera automática casi imposible, podrías converger en un sistema que alumbrara tu corazón al revés.
Las calles te inundaban el cuerpo cual métales y raspaban el hielo que caía entre tus caderas, oscilantes tímidas. Vagamente sonreíste. Regresaste al mismo lugar y te sentaste a tomar un pisco doble, te sacaste las mil máscaras mientras te desgranabas cada pedazo de tu piel. Las mesas sonreían y tú seguías en el mismo lugar. Eras una boca rota estancada en plena ciudad, sin voz. Callada sin nada que explicar. Rozando las sábanas de cada silla estancada frente a ti, ibas disparando una a una mientras tecleabas  velozmente. Ellos no sabían que estaban muertos, tú los sepultabas y ellos seguían sonrientes. Arremetías con fuerza en las esquinas, rompiendo candados violando nombres figuras sistemas. Ellos sólo te miraban.
Te paraste perpleja, cerraste los ojos, volviste a reiniciar las imágenes, los cuerpos falsos, las mentiras, las cruces en el aire, sonó el timbre acabó tu tiempo en la cabina, tenías que marcharte afuera, camino a tu casa como todos los días de tu vida.

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