23.5.16

Cambios en retroceso


La mente te señala con fuerza y te regaña al oído, cincela el puente, rotula el alma, canjea el viento, pero no lo haces.  Desdice la claridad en tus orejas y sintonizas el retorno, la falla de cordura o simple mesura del contraste de alguna negación interna.
A lo lejos grita y sientes que la voz se adelgaza entre las paredes, juguetea entre las ranuras, zigzaguea como un remolino entre tu enojo y te contienes. Sabes que la voz es ronca y se enmudece cuando las confrontas, la sacrificas por la paz, la claridad, la retención de lo normal.
Refrenas el entorno y sabes que eres un  cascarón, no hay rutas solo mulas que llevan pedacitos de tu mente, te preguntas si es un sueño y solo escuchas las vocecitas cada vez más queditas.

Solo debes dormir y tratar de crear otro universo donde todos dejen de hablarse como simples mutantes.




Nota. Les dejo esta entrada después de muchos años casi 3 años, les pido verla por Mozila porque por Chrome hay problemas para acceder, aún trato de solucionarlo, una abrazo amigos. Además desapareció mi lista de seguidores lo cual es muy extraño, también lo solucionaré muy pronto.

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18.3.12

Vacuidad

Los extremos son variantes de nuestras posiciones y se unifican a veces sin querer.  m.z

Las ventanas son los ojos de la ciudad parecen tablones doblados al cruzar. Lima guarda espacios entre las calles, desgastadas que se agrietan entre los zapatos.  La oscuridad al amanecer se sumerge intrépida asustada como la doblez de tu boca cuando sonríes. Las cuadras te han cogido irremediablemente a solas, te han dejado pensar en recuerdos que acabas de sepultar en la irreverente suciedad de la plaza y escuchas las mentiras. Son casi gomas cuajadas en sintonía en tu lengua.


El aire crece caliente en este verano ácido extravagante, caíste y viste claramente todo lo que querías ver.  El puente se hacía cada vez más largo entre tus piernas, no era fácil doblegar al universo entre las mareas de manera automática casi imposible, podrías converger en un sistema que alumbrara tu corazón al revés.
Las calles te inundaban el cuerpo cual métales y raspaban el hielo que caía entre tus caderas, oscilantes tímidas. Vagamente sonreíste. Regresaste al mismo lugar y te sentaste a tomar un pisco doble, te sacaste las mil máscaras mientras te desgranabas cada pedazo de tu piel. Las mesas sonreían y tú seguías en el mismo lugar. Eras una boca rota estancada en plena ciudad, sin voz. Callada sin nada que explicar. Rozando las sábanas de cada silla estancada frente a ti, ibas disparando una a una mientras tecleabas  velozmente. Ellos no sabían que estaban muertos, tú los sepultabas y ellos seguían sonrientes. Arremetías con fuerza en las esquinas, rompiendo candados violando nombres figuras sistemas. Ellos sólo te miraban.
Te paraste perpleja, cerraste los ojos, volviste a reiniciar las imágenes, los cuerpos falsos, las mentiras, las cruces en el aire, sonó el timbre acabó tu tiempo en la cabina, tenías que marcharte afuera, camino a tu casa como todos los días de tu vida.

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28.11.11

Usurpación

Emerson tira la bola y emerge de sus manos un centauro. Él sabe que nadie le va creer. En ese lugar todo es sombra y nadie hace ningún intento por detenerlo.
De repente recibe una llamada, al colgar no recuerda quién ha sido. Percibe que el sentido de la especie es la preservación, no obstante sigue tirando la bola una y otra vez.
La bola gira en imponentes latitudes, cae con profundidad hasta el vaho del responso y se unifica mil veces para regresar a sus manos otra vez. Recibe otra llamada y al escucharla reconoce la voz pero al terminar de hablar nuevamente la olvida. Quiere recordar de quién son las llamadas y las cartas. Cierra las ventanas porque supone que lo observan desde fuera pero no está seguro. Sabe de la existencia del otro pero no descifra como detenerlo. Se impulsa nuevamente a lanzar la bola más arriba y crece de sus manos otro centauro.
La lluvia golpea las ventanas y una voz finita se escucha entre las escaleras del piso de abajo, muy tenue,  vuelve a sonar el teléfono.  Obsesionado por detener las llamadas, busca la insignia que emerge del centauro cada vez que tira la bola. Las voces se escuchan cada vez más cercanas y filudas. Mira los paquetes apiñados cerca al televisor y decide abrirlos.
Suena el teléfono, lanza la bola, gritan las voces e irrumpe la policía en la casa. Emerson levanta los ojos se mira al espejo y sólo ve al centauro.




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11.10.11

Sincronía muerta



Para Luna, siempre
donde estés me estás leyendo...

 Caíste como un tamiz disuelto en agua, frágil caíste entre las brumas de la tarde. Donde te esperaba para cubrirte. Caíste muda ante el antojo del sueño, fría con los ojos abiertos. Caíste herida de sombras, desasosiego entre promesas y mentiras, caíste hija caíste. Te mezclaste entre la sangre  bermeja y llena aspiraste el éter de mis pulmones. Sacaste la cabeza para respirar, luchaste ante la memoria y contra la muerte. Caíste como mojón lleno de dulzura entre mis calzones.
Octubre perdido entre las sombras, ante  llamadas malicientes ,  caíste ante fantasmas que no comprendían tus pelillos rojos. Muda caíste sin retorno al ombligo. Caíste llena de zozobra y fisura. Caíste plena ante mis pechos llenos que pendían del hilo de tus labios. Caíste, caíste y volviste a caer. Yo sólo me paré del tren te cogí entre mis brazos y eché a correr.










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4.9.11

Osmosis

Hoy les dejo una entrada distinta, interior. Y una música  al final de la entrada que espero lean y escuchen a la vez.

“Si algo me dolió…, fue que borraras mis caricias de tu pelo naranja.…
recuerdo que en una época tu pelo fue azul, y parecías de juguete...
Y a mí me gustaba jugar a vestirte y desvestirte, y mordisquearte… Al borrar mis caricias de tu pelo naranja,
fue como si borrases el tacto de tu pelo naranja de la aureola de mis dedos. Y ahora sólo son dedos vacíos,
como agujeros negros que han engullido tu tacto, y ya no lo recuerdan. Mis dedos hacen memoria en otros cabellos,
en otras pieles… algo me dice que no tienen aquella caída tan especial de las tuyas…”
Vera Eikon



A Luna, mi hija








No eran los blues que escuchábamos palmotear en el cuarto de Hoboken al amanecer ni los cantitos de los negros al subir al subway. Era la corriente fría que dejaba el invierno metiéndose entre los huesos. Poco a poco resbalándose armoniosamente entre nuestras partes, reduciéndonos a uno. Y en un ovillo latía el desarraigo, la lejanía y la crudeza del invierno.

Obsesivamente arreglaba cada pedazo del lugar y fútilmente revisaba cada pedazo de noche de tu cuerpo, que quedaba entre tus sábanas rojas ya ajadas por una vieja lavadora que giraba durante doce horas intermitentes. Al amanecer revisábamos libros de poemas y viejas películas japonesas que descubrían parte de nuestros antojos más oscuros y reíamos tratando de descubrir quién era el asesino.

El insomnio partía la noche y mi mente creaba historias con espacios de tiempo mientras escuchabas un blues tomando una cerveza. Las migajas del cuerpo se partían entre tus dedos, pero sometidas al antojo se cubrían de aromas entre las sombras espalda con espalda en una breve cama que soportaba la noche. Mientras la luz atada a la esquina se caía intempestivamente a cada momento.

La nieve tocaba nuestros oídos muy tarde entre la bruma y nuestra soledad partida entre sueños. Y juntos empujábamos un carrito para hacer las compras. Recuerdo el día de la inundación que tuvimos que girar para dar la vuelta y acabamos tomando un tren de vuelta sin retorno. Las huellas han quedado disueltas en el aire al llegar el verano y se enfrían ahora por la lejanía. Y las cartas vienen y van esperanzadas pero partidas, casi vacías. Amabas la ondulación de mi cabello y mi canto en tu oído. Sin embargo, fluctuaste el sistema planetario, interrumpiendo la cadencia extraordinaria del sonido que siempre nos acompañaba. Ahora está vacío el aire y los blues ya no golpean nuestras ventanas.

Tus manos tienen memoria, las mismas que ondularon las formas abultadas de mis pechos y desarmaron el engranaje que fusionaba nuestros espíritus. Luna brotó asombrosa ante mis ojos, palpitando en mi cuerpo, cantando los blues de nuestra locura. Nació frente al escarnio y la soledad. Su cuerpo tenía memoria, se movía al compás del blues de tu espíritu junto a mi locura.

Ahora giro y doy la vuelta, al revés. Leo tus cartas de enero dónde pedías que no te olvide porque un gran desasosiego inundaba tu vida. Ahora que sigo girando veo sólo humo que vuela y quema las paredes. Ahora sólo quedan dedos vacíos como agujeros negros que revientan en nuestros cuerpos.  Y la luna mirándonos destaja nuestra memoria pedazo a pedazo.

Estoy cansada de buscar a Luna entre mi cuerpo y recordar que no está. Sólo queda los blues de esas noches de Hoboken arrastrándose entre nuestros sueños, tan únicos. Donde Luna espera que algún día regresemos a recorrer como el último día que recogí tus últimas cosas. Ella estaba mirándome y creo que sonreía.






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