Hoy les dejo una entrada distinta, interior. Y una música al final de la entrada que espero lean y escuchen a la vez.
“Si algo me dolió…, fue que borraras mis caricias de tu pelo naranja.…
recuerdo que en una época tu pelo fue azul, y parecías de juguete...
Y a mí me gustaba jugar a vestirte y desvestirte, y mordisquearte… Al borrar mis caricias de tu pelo naranja,
fue como si borrases el tacto de tu pelo naranja de la aureola de mis dedos. Y ahora sólo son dedos vacíos,
como agujeros negros que han engullido tu tacto, y ya no lo recuerdan. Mis dedos hacen memoria en otros cabellos,
en otras pieles… algo me dice que no tienen aquella caída tan especial de las tuyas…”
Vera Eikon
A Luna, mi hija
No eran los blues que escuchábamos palmotear en el cuarto de Hoboken al amanecer ni los cantitos de los negros al subir al subway. Era la corriente fría que dejaba el invierno metiéndose entre los huesos. Poco a poco resbalándose armoniosamente entre nuestras partes, reduciéndonos a uno. Y en un ovillo latía el desarraigo, la lejanía y la crudeza del invierno.
Obsesivamente arreglaba cada pedazo del lugar y fútilmente revisaba cada pedazo de noche de tu cuerpo, que quedaba entre tus sábanas rojas ya ajadas por una vieja lavadora que giraba durante doce horas intermitentes. Al amanecer revisábamos libros de poemas y viejas películas japonesas que descubrían parte de nuestros antojos más oscuros y reíamos tratando de descubrir quién era el asesino.
El insomnio partía la noche y mi mente creaba historias con espacios de tiempo mientras escuchabas un blues tomando una cerveza. Las migajas del cuerpo se partían entre tus dedos, pero sometidas al antojo se cubrían de aromas entre las sombras espalda con espalda en una breve cama que soportaba la noche. Mientras la luz atada a la esquina se caía intempestivamente a cada momento.
La nieve tocaba nuestros oídos muy tarde entre la bruma y nuestra soledad partida entre sueños. Y juntos empujábamos un carrito para hacer las compras. Recuerdo el día de la inundación que tuvimos que girar para dar la vuelta y acabamos tomando un tren de vuelta sin retorno. Las huellas han quedado disueltas en el aire al llegar el verano y se enfrían ahora por la lejanía. Y las cartas vienen y van esperanzadas pero partidas, casi vacías. Amabas la ondulación de mi cabello y mi canto en tu oído. Sin embargo, fluctuaste el sistema planetario, interrumpiendo la cadencia extraordinaria del sonido que siempre nos acompañaba. Ahora está vacío el aire y los blues ya no golpean nuestras ventanas.
Tus manos tienen memoria, las mismas que ondularon las formas abultadas de mis pechos y desarmaron el engranaje que fusionaba nuestros espíritus. Luna brotó asombrosa ante mis ojos, palpitando en mi cuerpo, cantando los blues de nuestra locura. Nació frente al escarnio y la soledad. Su cuerpo tenía memoria, se movía al compás del blues de tu espíritu junto a mi locura.
Ahora giro y doy la vuelta, al revés. Leo tus cartas de enero dónde pedías que no te olvide porque un gran desasosiego inundaba tu vida. Ahora que sigo girando veo sólo humo que vuela y quema las paredes. Ahora sólo quedan dedos vacíos como agujeros negros que revientan en nuestros cuerpos. Y la luna mirándonos destaja nuestra memoria pedazo a pedazo.
Estoy cansada de buscar a Luna entre mi cuerpo y recordar que no está. Sólo queda los blues de esas noches de Hoboken arrastrándose entre nuestros sueños, tan únicos. Donde Luna espera que algún día regresemos a recorrer como el último día que recogí tus últimas cosas. Ella estaba mirándome y creo que sonreía.
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