1.3.09

de ángeles y demonios

Los hombres somos seres extraños tenemos días que son variantes de cualquier día y otros que almacenamos en cofres a través de vestigios o boletos de bus. Podríamos poner solemnidad a un equinoccio o reinventarnos ante la puesta de sol. Las mismas circunstancias nos daría el mismo sentido de incoherencia ante los demás pero eso nos haría únicos. Hoy es igual que mañana y sería lo mismo que ayer.
 
Siempre me he sentido atrapada por la caducidad que representa el río Hudson, eso no es de ahora, viene desde que revisé unas viejas fotografías del río al anochecer, incluso antes de saber que vendría a Nueva York y supe que debería sentir su aroma en mi rostro. Podría decir que así se arman las teorías sobre la homogeneidad del universo o sólo las inventamos para liberarnos.
A veces las distancias son como acertijos que vienen y se cierran concéntricas y oblicuas, de ese modo me encontré caminando hacia Fulton street hacia el puente de Brooklyn y vi de cerca el río Hudson. Era muy tarde, lloviznaba, me paré en la baranda de madera, sentí la fuerza del viento como me arrastraba hacia el espacio y recordé un sueño de la mentira y lo escribí. El viento golpeó mi rostro y supe que todo era una mentira y lloré. Pude comprender porque los dioses sueñan que son pueriles mortales y los hombres sueñan que son dioses porque no quieren ser pueriles. Recordé a Rilke acechado por un coro de ángeles en sus Elegías de Duino extrañamente combatiendo a Blake con sus ángeles legionarios de los abismos y comprendí que ellos tuvieron sus propios demonios pero los convirtieron en ángeles.
La ciudad la siento inmensa y acechadora, pero esa noche sentí su compañía, entre sus calles y sus veredas sentí su soledad tan mía como suya. Sus caminos me llevaron al puente frente al río Hudson. Eran las once y el puente todavía estaba siendo transitado, me maravillé de su equidad para aceptar a todos los que en ese momento nos abrigábamos en su cuerpo y pretendí comprender la indiferencia de los seres humanos. Y supe que era nada en la instancia del tiempo, nada en lo conspicuo del otro y no quise saber más. Porque lo eterno no surge hasta que lo buscamos es así que navegamos en lo efímero y en la nada. Tiré una hoja y flotó hacia el río con mucha cautela balanceándose, en buena forma tratando de ser amada por el viento para que no la rompa pero igual se desintegró.
Entonces recordé las palabras de Rilke, quién me oiría si yo gritase entre ángeles ...entre gente que sólo se ve así misma. Pensé qué es el perdón, y Blake me dijo es el abismo de los hombres que no aman. Me fusioné en el combate de esos versos y comprendí algo muy simple que sólo perdonan los que aman. He amado mucho y no me arrepiento de ello.
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Tomo en instancia a Rainer María Rilke de su libro Elegías de Duino y a William Blake de su libro El matrimonio entre el cielo y el infierno, dos poetas de los cuales tomé sus versos, y se los dejo en cursiva.

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